Hoy quiero contarte algo que me sorprendió: hubo un tiempo en que la vista se evaluaba con la luz de una vela. Literalmente.
Antes, como siempre; te solicito el e-mail para que no quedes por fuera de ninguna curiosidad que vaya desarrollando en las siguientes entregas, además, lo que verás allá, no es lo mismo que ves aquí, y allá hay unas cosillas más que seguro te van a interesar.
Sí, suena una película de época o un ensayo de medicina antigua, pero fue real. Antes de que existieran las lámparas de hendidura, los forópteros o las modernas tablas de Snellen, las personas confiaban en métodos mucho más básicos para saber si veían bien o no. Y en ese proceso, lo único que no podía faltar… era una fuente de luz. A veces una vela. A veces el sol.
Estudiando esto, pensé en todas las veces que en la óptica he visto a alguien dudar de su visión frente a una simple tabla de letras. Hoy, con iluminación regulada, lentes de prueba y precisión digital, parece lógico. Pero, ¿cómo lo hacían antes?
Las primeras “pruebas visuales” eran más intuición que ciencia
En la antigüedad y Edad Media, evaluar la vista era algo muy rudimentario. No había unidades estandarizadas ni optotipos. Se usaban textos religiosos o fragmentos de manuscritos como punto de comparación, y se preguntaba al paciente si podía leer o no bajo cierta luz.
A menudo, una vela se colocaba a una distancia fija para ver si la persona lograba distinguir detalles o letras pequeñas en el texto.
Imagina eso: un monje, con cansancio en la vista, sosteniendo un salmo frente a una vela. Si lograba leerlo, su vista estaba “bien”. Si no, necesitaba ayuda. Así de simple… y así de impreciso.
El salto hacia la precisión: tablas, letras y lentes de prueba
A medida que avanzaba el conocimiento en óptica y medicina, los métodos comenzaron a volverse más objetivos.
En el siglo XIX, Ferdinand Monoyer creó una de las primeras escalas visuales con letras de distintos tamaños, dando lugar a las famosas tablas que todavía usamos.
También operaron los primeros estuches de prueba, con lentes esféricos que se intercambiaban manualmente para corregir la visión del paciente.
Hoy en día, todo esto nos suena básico, pero en su momento fue un avance enorme. El paso de una vela a una lámpara de luz blanca controlada marcó una revolución en la salud visual. Y yo, desde mi lugar como Asesor Visual, lo veo cada día: cómo una buena medición puede cambiarle la vida a alguien.
Aprender esto por mi cuenta me abrió los ojos
Como sabés, no tengo un título universitario, pero eso no me impide seguir aprendiendo. Estudiar la historia de la óptica me está enseñando no solo sobre lentes o luz, sino también sobre paciencia, evolución y propósito.
Hoy miro una tabla optométrica y veo siglos de ensayo, error y descubrimiento. Miro una lámpara de hendidura y me acuerdo de aquella vela que marcaba el límite entre leer o no.
Y eso, sinceramente, me motiva. Me recuerda por qué quiero seguir compartiendo lo que aprendo.
Así que no dejes que deje de compartir contigo todo ésto y más que pase por mis garras de lector voraz y únete dejando tu correo en la ‘cajita’ de abajo.
P.D. Todos ésos nombres que han aparecido a lo largo de éstos posts más adelante les iré diciendo quienes son y el aporte en profundidad que hicieron.